domingo, 23 de mayo de 2010

MAR TURQUESA VII

Por fin se había marchado el impresentable que la había tenido amenazada las últimas dos horas. No sabía qué iba a hacer, pues la había atado de manos y píes y la había abandonado en aquella oscura y sofocante cueva. Iban pasando los minutos y cada vez notaba que le faltaba el aire. Decidió no moverse demasiado para no agotarse antes de tiempo,dormir un poco y esperar un milagro. No podía imaginar quién era ese hombre y por qué había ido a por ella, para quién trabajaba...

Notó como una mano fuerte la zarandeaba , al tiempo que una voz, no del todo desconocida, le decía que despertara, que la iba a desatar y tenían que huir de allí rápidamente. Al salir al exterior reconoció al hombre que le había ayudado, era nada menos que el señor Tarradelles, director del IES BARÇA. Subieron al coche del señor Tarradelles y escaparon de allí a todo correr. Cuando ya habían abandonado el lugar, vieron como llegaban dos hombres en un coche, sin duda alguna iban a por ella. La inspectora Roig dio un suspiro de alivio al ver de la que había escapado...

Tarradelles le explicó que al salir del instituto, poco después que ella, vio como en la parte de atrás del coche de ella se encontraba un individuo de aspecto algo siniestro por lo que decidió seguirlos cuando arrancaron el automóvil, ya que le pareció improbable que un sujeto con ese aspecto fuera también policía. Al ver que paraban el coche, él lo hizo también detrás de una curva para no ser visto. Cuando vio a la inspectora encañonada ya no tuvo duda de que algo peligroso y extraño estaba pasando. Esperó a que el individuo saliera de la cueva para ir a ayudarla.
- Y el resto ya lo conoce usted- añadió el director con una media sonrisa en los labios.
- ¿La llevo a algún lugar, inspectora?
- No sé... porque no puedo ir a mi casa ya que estará vigilada, tampoco a la comisaría porque no quiero que mis superiores se enteren de que me he movido completamente sola con este caso.
- ¿Quire usted venir a mi casa? Vivo solo y tengo una casa bastante grande que heredé de mis padres.
- ¿No será mucha molestia para usted que alguien invada su intimidad de este modo?
- No, en absoluto. Siempre he deseado algo de emoción en mi vida. Además mañana por la mañana yo vendré a trabajar y usted podrá estar en la casa a sus anchas.
- Es usted muy amable, señor Tarradelles.
- Llámeme Pocholo, por favor. Es como me llaman mis íntimos. Mi nombre es José Federico, pero siempre me han llamado Pocholo.
- De acuerdo, Pocholo. Me quedaré unos días en su casa.