domingo, 22 de junio de 2008

EL FUTURO

Nos pasamos la vida pensando en el futuro, haciendo planes, aunque si hay algo que nadie puede determinar es hasta cuándo se tiene futuro. Recuerdo que a mis doce años me enfrenté por primera vez con la muerte de un niño un año menor que yo, el hermano de una compañera de colegio: Manolo. Nos dieron las vacaciones del colegio y Manolo estaba completamente sano, o al menos eso parecía. Al llegar finales de agosto todos empezamos a volver de nuestros lugares de veraneo y entonces fue cuando nos encontramos con el aspecto desmejorado de Manuel.De ser un niño sonrosado y guapo se había convertido en un niño extremadamente pálido , de una delgadez cadavérica y además había perdido su contagiosa sonrisa, no tenía fuerzas y se pasaba el día tendido en el sofá de su casa, abrazado a su perra, que lo acompañaría hasta su último suspiro.

Empezó el nuevo curso y Manolo no volvió al colegio... Sus padres se dedicaron a llevarlo a toda suerte de médicos alternativos o como entonces se llamaban curanderos. Todos nos preguntábamos por qué no estaba en un hospital y así podría curarse y estar de nuevo junto a todos nosotros. Claro desconocíamos que el médico había comunicado a sus padres que se moría, que nada más podía hacerse por él, que la leucemía acabaría con él.

Un mes después, Manolo murió una calurosa noche de un 12 de octubre de 1976, mientras todos estábamos en nuestras casas viendo el "Un, dos, tres". Al conocer la noticia recuerdo que lo primero en que pensé es en que nunca conocería el desenlace de la novela juvenil que su hermana y yo le estábamos leyendo esa semana, que no sabría nunca cómo acababan las series televisivas que todos veíamos y comentábamos y también que él para todos nosotros siempre tendría doce años, no llegaría a conocer los sinsabores de la vida adulta, pero tampoco las alegrías... Se había muerto para siempre: él ya era pasado.

De algún modo la breve historia de Manuel hizo que tomara por primera vez conciencia de lo efímero de la vida, de lo absurdo que resulta dejarlo todo para el futuro, de que la muerte no era sólo una cosa que le pasaba a los viejos, de que los niños también morían y dejaban casi todas las páginas de su historia en blanco como una hermosa promesa de lo que nunca sería.

Ahora que ya soy una persona madura la idea de la muerte me asalta de vez en cuando, ya que no nos engañemos cuanto más tiempo has vivido más cerca estás de la muerte, y entonces aparecen los deseos de hacer todo aquello que de verdad pueda hacerme feliz, de intentar dar a la vida el sentido que no tiene, de no perder el tiempo en proyectos absurdos, de ser capaz de decir lo que pienso, de escapar de la prisión de la estresante cotidianidad, de disfrutar con las cosas pequeñas y de seguir escribiendo este "blog" (por cierto vaya palabreja más fea) que últimamente es una de las cosas que más me gusta hacer.

Ana Ozores

1 comentario:

Anónimo dijo...

Y lo más triste es que ese tipo de ideas no abunde, que la gente no disfrute del presente, del ahora. Siempre que miramos el futuro es con un toque de congoja, de angustia, de no saber qué pasará... El destino está escrito. No hay que luchar contra él, sólo vivir el presente, y restarle un poco de importancia al futuro. Siempre que nos preparemos adecuadamente para él, todo irá bien.

T. Siro