viernes, 13 de agosto de 2010

MAR TURQUESA XIV

Marta estaba cansada de las recriminaciones que le hacía Marcel. ¡Qué se había creído ese individuo presuntuoso! No tenía ningun derecho a controlar su vida. Ella era libre y por tanto podía hacer lo que quisiera y, lo que es más importante, relacionarse con quien le apeteciera. Y si le había dado la gana de tener una aventurilla con el hermano de su jefe, eso no significaba que fuera a durar para siempre, ya que él no era más que un segundón de una adinerada familia y además estaba casado, por segundas nupcias... Claro que había aceptado encantada la invitación de Michael Osborne, aquel tipo rezumaba dinero y clase, bueno quizá estuviera ya algo caduco, pero mejor eso la ayudaría a limar en algo la desventaja con que partía.

Después de la última clase de aquel viernes de mediados de mayo había salido disparada hacia Begur para comer con el señor Osborne, a ella no se le ocultaba que era un tanto extraño que un señor tan importante como aquel quisiera hablar directamente con la traductora de la campaña publicitaria de los vinos y licores de su empresa, ya que esos menesteres los llevan a cabo ejecutivos de medio rango, y no el director y dueño, pero qué importaba ella ya se había dado cuenta del efecto que había causado en ese señor cuando el cretino de Marcel se lo había presentado. Lo que desde luego no esperaba es que la llamasen de la empresa para preguntarle si estaría dispuesta a traducir al catalán la última campaña publicitaria del coñac "Reinona". Ella , claro está, aceptó la oferta sin pensárselo demasiado. Nuevamente la sorprendió que le preguntaran si le sería posible comer con el señor Osborne el viernes de esa semana. De nuevo estuvo encantada con la oferta y dejó claro que no tenía ningún impedimento para comer con el señor Osborne, únicamente dijo que tenía clase hasta la una y media y que por ello no podría llegar a Begur hasta las tres menos cuarto. El secretario me preguntó si quería que me fuera a buscar un chófer de la empresa. Yo le dije que no, porque no podía imaginar la cara que pondrían tanto alumnos como profesores cuando me vieran salir de la puerta del centro en un Mercedes conducido por un chófer uniformado. Bastante murmuraban a mis espaldas para darles encima razones para ello.

Después de haber hecho el viaje a una velocidad más elevada de lo permitido, llegué a Begur a las tres menos veinte. Pasé de largo el pueblo porque había quedado con el señor Osborne en un bonito restaurante de la cala Sa Tuna. Casi no pude percibir la belleza del paisaje por la atención que tenía que poner en la difícil carretera de bajada, si me distraía podía acabar despedazada al pie de la montaña frente a ese mar de un color turquesa increíble. Aparqué el coche y me dispuse a cambiar mis tejanos y camiseta por un bonito y escotado vestido color verde que tan bien sentaba al tono ligeramente bronceado de mi piel. Salí del coche y comencé a andar rumbo al restaurante que estaba casi a pie de playa. Aunque había gente , todavía no había alcanzado el lleno del mes de agosto. El mar estaba tranquilo y bellísimo, había algunas pequñas embarcaciones y yates atracados en el recoleto puerto de la cala.

Al entrar al restaurante un camarero me llevó hasta la mesa en la que me esperaba Michael Osborne. Michael se levantó para retirarme la silla y a continuación me preguntó que qué tal había hecho el viaje, y añadió que sentía que tuviera que haber tenido que realizar el trayecto en tan corto espacio de tiempo, pero añadió que él partía de viaje esta noche y que entonces tendría que haber esperado un mes para poder hablar de la traducción de la campaña publicitaria del coñac "Reinona".
El señor Osborne iba ataviado con un conjunto deportivo que le hacía parecer más joven. Pidió que les sirvieran la caldereta de langosta y el vino blanco. Una vez finalizado el almuerzo, llevó a Marta hasta su barco y dieron un paseo. La embarcación era magnífica, y Marta ya tenía bastante claro que el rico hombre de negocios quería deslumbrar a la humilde profesora. Marta no había traído biquini, pero en el barco había algunos de distintas tallas y encontró uno verde abeto que realzaba su figura. Mientras tomaba el suave sol de la tarde y bebía un martini pensó que la vida debería ser siempre así: un mar transparente, un sol brillante a la vez que suave, un bonito barco y ningún problema. Parecía como si en ese escenario el dinero no existiera, aunque ella bien sabía que toda esa dicha sólo se alcanzaba con el vil metal...En fin, no quería pensar, sólo sentir.

El señor Osborne le propuso a la joven que lo acompañara a Papua Nueva Guinea en el mes de julio, ya que iban a abrir una sucursal de su empresa en ese país de los mares del sur. Marta bromeó y le dijo al hombre si pensaban publicitar la empresa en catalán, él le dijo que evidentemente no, pero que pensaba que ella podía hacer grandes cosas dentro del mundo de los negocios si la introducía alguien como él, también añadió si pensaba pasarse toda la vida intentando educar e instruir a adolescentes a cambio de un sueldo que no le daba ni para comer en el "Viena" dos veces al mes. Marta finalmentre accedió a hacer ese viaje. Se despidieron y ella de nuevo cogió su coche y volvió a su apartamento en Cerdanyola.

Al llegar a su casa encendió el contestador y oyó tres mensajes distintos, uno era de su madre, el otro de un compañero que la invitaba a una salida a "La Mola", y el último , de Arnau Gelices, hijo de Marcel y de su primera mujer, que le hacía algunas observaciones sobre el Treball de recerca que le tutoraba Marta. Marta decidió quedar con el muchacho al día siguiente, sábado, en la biblioteca de la Autónoma. El chico era encantador, pese a ser hijo del cretino de Marcel Gelices.

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