domingo, 4 de julio de 2010

MAR TURQUESA IX

A las nueve en punto de la mañana se presentó el comisario y me dijo que tenía que abandonar el caso e irme de vacaciones con mi familia, me entregó los billetes de avión para Oviedo y me dijo que me acompañarían a casa para que hiciera las maletas y después me llevarían al aeropuerto. Yo me negué a seguir sus órdenes pues no me gusta nada que una investigación me pueda. El comisario . sumamente alterado, me aclaró que no iba a permitir que corriera más riesgos, sobre todo porque yo ya hacía tres días que tenía que haber tomado las vacaciones y porque era incapaz de pedir ayuda a los compañeros y que esta vez había tenido suerte, pero qué hubiera pasado si el señor Tarradelles no hubiera intervenido. Lo único que pude conseguir del comisario fue que me diera un día más para seguir con el caso, pero que pasado este tiempo debería irme de vacaciones "de una puñetera vez".

Haciendo caso omiso de las órdenes del comisario, alquilé una habitación en un pequeño hotel de Begur. Mi paradero real sólo lo conoce Jaume Tarradelles, ya que en comisaria creen que me hospedo en una pensión del barrio antiguo de Gerona, lugar al que ellos me llevaron, pero que tan pronto se fueron yo abandoné y me dirigí al pueblo en el que había ocurrido todo.pue sólo contaba con veinticuatro horas para resolver todo este lío.

A eso de las dos de la tarde, decidí dar una vuelta por los alrededores del pueblo y llegué hasta la misma entrada de la mansión Gelices, aparqué el coche tras un muro de maleza y decidí ver qué ambiente había en la casa en la que cuatro días atrás había aparecido una joven profesora asesinada.

En el jardín había un precioso niño pequeño jugando con la que parecía su cuidadora, una joven de gran belleza y que guardaba un más que notable parecido con la desaparecida Marta Broto. Unos metros más alla se encontraba en la tumbona, al borde de la piscina, la madre de los niños, y esposa del ficticio joven Marcel Gelices, que se acercaba en ese momento a su joven y esbelta esposa, que no parecía estar de buen humor esa mañana por el mohín de desprecio que había hecho cuando su esposo se había inclinado a darle un beso. Tras esos segundos de saludo, la pareja había comenzado una agria discusión que estaba relacionada con la atractiva cuidadora y la atracción fatal que, según su esposa, sentía Marcel. Quizá lo que más sorprendió a la inspectora de todo lo que estaba oyendo fuera el hecho de que la joven cuidadora trabajaba para Javier Gelices como traductora al Catalán de toda la publicidad de la empresa Gelices. Precisamente el mismo trabajo que realizaba Marta.

Dobló la esquina y se encontró con la parte trasera del jardín, aquella que tenía vistas al mar y donde se hallaba el balcón en el que había aparecido el cadáver de la señorita Broto

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