domingo, 25 de mayo de 2008

Sobre el éxito y el fracaso

Desde siempre el hombre ha deseado tener una gran fortaleza física. Quizá la diferencia entre hoy con respecto a épocas pasadas esté en que antes se concebía como un componente que se daba o no se daba en el individuo y , ahora , desde que el niño alcanza los tres o cuatro años los padres ya empiezan a pensar en qué deporte podrían apuntar a su queridísimo retoño para que se desarrolle lo más fuerte posible y llegue a ser un individuo hermoso.
Esa actitud paterna es digna de elogio y en cierto modo se podría ver como una muestra de la consabida lucha del hombre con la naturaleza. Sin embargo, es evidente que no se trabaja con el mismo ahinco la fortaleza emocional, ya que cada vez es menos frecuente encontrar personas, en especial jóvenes, que sean capaces de relativizar y asimilar los fracasos.

Cuando un adolescente, por ejemplo, obtiene unas calificaciones más bajas de lo habitual, siempre se buscan las causas en los contratiempos que se hayan dado en ese período vital y nunca en la indolencia del sujeto en cuestión. Con esto no quiero decir que el divorcio de los padres, la muerte de algún familiar o una ruptura sentimental no sean motivos lo suficientemente importantes como para no desestabilizar a una persona, pero lo que yo me pregunto es dónde ha quedado aquella idea tan hermosa de crecerse ante las adversidades...

Ahora, en nuestra cultura occidental hiperhedonista, se fomenta el gusto por encima de la responsabilidad con lo que podemos encontrarnos con alumnos que abandonan los estudios tan sólo porque alguna asignatura no les complace demasiado, con lo que da la impresión que el individuo está creído en que tiene que dedicar la vida a realizar aquello que le haga feliz y apartarse de toda tarea que le resulte engorrosa. Esa forma de concebir la vida da como resultado personas débiles e infantiles de carácter. En buena parte ese perfil humano es tan frecuente porque se ha dado toda una generación de padres que ha criado a sus hijos en la digamos "cultura de la felicidad, el triunfo y el éxito".

Es difícil, sin embargo, ahora y siempre encontrar a un individuo que no haya conocido el fracaso, porque el fracaso es parte de la vida y también, por qué no decirlo, parte del triunfo. El largo y tortuoso camino de aquel que persigue un objetivo esta lleno de pequeños y grandes tropiezos, pero el que persigue con empeño un fin acaba consiguiéndolo. Sé que esto último se verá como una idea muy discutible, a mí modo de ver no lo es tanto, ya que muchas veces somos testigos de cómo personas que dicen andar tras algún objetivo, únicamente lo dicen pero a la hora de la verdad no son capaces de hacer todo lo que esté en su mano para conseguir aquello que dicen perseguir con tanta pasión, o, al mínimo tropiezo se rinden y no son capaces de renacer de sus propias cenizas.

En difinitiva, la verdadera grandeza del ser humano se mide por la fortaleza de ánimo en asimilar los fracasos y por la perseverancia en la búsqueda de un objetivo. Hay que tener en cuenta que en la vida todo, absolutamente todo, pasa, hasta nosotros mismos, y que quizá sea más importante el camino que la meta...

Ana Ozores ( en una mañana lluviosa)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

En realidad, la vida es como un camino de rosas. Su aroma y su belleza es casi ficticia, pero a la vez te desgarra con sus espinas. Cada uno elige; retroceder y seguir clavándote las espinas sin conseguir nada o avanzar para seguir admirando lo bello que tiene, a pesar del dolor que a veces supone.

T.Siro

Anónimo dijo...

Ante todo, me lamento otra vez por no tener lo que comunmente se llama "discurso propio". Pero es, sobretodo, por pereza de repetir (y hacerlo mal) una idea más antigua que Matusalen y que alguien ya se encargó de expresarla con mejores palabras, que me limitaré a remitir al lector hacia las primeras linias de la "Carta a Meneceo" de Epicuro, relativas a la cuestión tratada,
("Que ninguno por ser joven deje para más adelante la aspiración a la sabiduría, ni por llegar a la vejez se canse de aspirar a ella. Para ocuparse de la salud del espíritu nunca es demasiado pronto o demasiado tarde. Decir que todavía no es hora de aspirar a la sabiduría o que el momento ya pasó es semejante al que dice que todavía no le ha llegado o que ya ha pasado el tiempo para la felicidad. Así que deben aspirar a la sabiduría tanto el joven como el viejo; éste para que, en su vejez, rejuvenezca en los bienes por la alegría de lo vivido; aquél, para que sea joven y viejo al mismo tiempo por su intrepidez frente al futuro. Es, pues, preciso que nos ejercitemos en aquello que produce la felicidad, si es cierto que, cuando la poseemos, lo tenemos todo y cuando nos falta, lo hacemos todo por tenerla.") y al "Diccionario de las ideas adquiridas" de Flaubert. Léase, pues, la siguiente entrada:
"CERTIFICADO: Garantía para las familias y tranquilidad para los padres. Un certificado siempre es favorable."
(pudiéndose aplicar la palabra "certificado" al contexto que se desee.)

No sé si tiene mucho que ver. Pero bueno.

Atentamente.